Hicimos un curso de buceo en Galicia que, advertimos, puede crear adicción. Algas de varios metros de altura que parecen árboles y forman inmensos bosques submarinos, plantas y peces que cambian de color si se ven bajo la luz de una linterna, jardines de conchas, pecios hundidos y bichos que, en tierra, solo se ven en el plato, como bogavantes y pulpos, son la delicia de los ojos humanos que se atreven a sumergirse en este universo donde todo cambia. Porque si en el trópico la vida submarina es una explosión de color, en las aguas gallegas todo es misterio y emociones. Se dispara la adrenalina al tiempo que se ralentizan los latidos.
Uno de los atractivos de estar bajo el mar es que las sensaciones son distintas a las normales. Se disfruta de la ingravidez, como los astronautas en el espacio, y todo se ve más grande, más cercano. «Lo mejor es la relajación, la paz que se experimenta allí abajo». Cualquier época del año es buena, ya que la temperatura del agua (uno de los mayores temores de los primerizos) no tiene que ver con las estaciones, sino con los vientos, y el frío se soporta sin problemas gracias al traje de neopreno.
En todo caso, antes de empezar lo mejor es hacer una primera toma de contacto con un bautismo. Después de una instrucción teórica sobre seguridad y maniobras básicas, se realiza una inmersión a baja profundidad. Algunos salen del agua para no volver, pero son los menos. La mayoría no se resiste a la tentación de ir en pos de esos tesoros que solo pueden verse a través de las gafas y cuya banda sonora está compuesta por el sonido de las burbujas al salir del regulador. Al final, es inevitable pensar que tenía razón el cangrejo Sebastián al cantarle a la sienita que «bajo el mar vives contenta, siendo sirena, eres feliz».
Foto vía: blogvacaciones